Recuerdo hoy con mucho cariño a los “Jueves Mancuspianos”. Un proyecto que realizó un grupo de escritores de Monterrey (Nuevo León, México), que posteriormente se conformaron como una asociación llamada LA MANCUSPIA. Eran un grupo cerrado pero dejaban entrar también a los extraños, a los noveles escritores de los casi trescientos escritores de Nuevo León que había en el año noventa y cinco o seis. Eran unas sesiones bohemias y literarias (uno no puede estar sin lo otro, nos dieron varios ejemplos muchos escritores a través de la historia, que ahora admiramos y exaltamos como genios de la imaginación volcada en palabras). Los escritores nos nutrimos unos de otros. Somos como vampiros de historias. Chupadores de versos.
Este grupo comenzó también a editar un pliego literario por esa época. Creo que este año llegan a los 100 pliegos: “Papeles de la Mancuspia”. Han sido editados con textos de diversos escritores tanto de Monterrey, Nuevo León, como de todo México y el mundo. Bueno, pero estaba contándoles de los “Jueves Mancuspianos” nombre que se le dio al ciclo de lecturas semanales que organizaban y que reunían a escritores regiomontanos a leer su obra. Decidieron ampliar el círculo y se les ocurrió que un bar del Centro de Monterrey era el lugar adecuado. Se organizaron lecturas en las cuales no te pagaban ningún caché por hacerlas pero tu anhelabas participar y compartir con toda esa gente. De eso casi siempre salía alguna crítica constructiva y departíamos entre cerveza y literatura. Era un honor, o cuando menos yo así lo siento, el estar considerado dentro de las sesiones que organizaron durante mucho tiempo.
En ese bar-restaurante donde nos convocaban, nos vendían las bebidas al 2 x 1 en horario de 20 a 21 horas. Todo para ir calentando el ambiente; y después comenzaba la lectura que casi siempre contaba con la presencia de tres escritores y escritoras que nos deleitaban y a veces torturaban con sus últimos textos publicados o en los que estaban trabajando. Eso era lo que menos importaba. El motivo de la reunión. Lo importante era compartir literatura. Alzar la voz en versos y relatos. Lo realmente medular de estos “Jueves Mancuspianos” es que te encontrabas con gente afin a tu pasión: la literatura. Gente con la que podías hablar de tus personajes, de tus poemas escritos en el autobús, premios recibidos. En fin, podías compartir y además, cuando se terminaban la lecturas de la mesa del día; se subía un organista a tocar y amenizar el ambiente. Algunos nos atrevíamos a cantar como Dulce María González con “La del moño colorado” . Yo también me eché un dueto con Guillermo Berrones un día cantando “No volveré” y nos reímos muchos cuando nos dimos cuenta al final de la canción que en ningún momento nos habíamos encontrado en la misma sintonía. No todos se atrevían a subirse a cantar. El que siempre que nos acompañaba le pedíamos que nos cantara a ritmo de blues era a Luis Javier Alvarado. Su voz de barítono nos permitía escucharle admirándolo no sólo como poeta, si no también como cantante. Lo hacía muy bien. Y su risa, recuerdo su risa que contagiaba hasta el más aburrido de la noche. Porque siempre había alguno que sólo criticaba los textos leídos: Que si la gramática, que si la historia ya estaba pasada de moda o muy machacada, que si la pobreza del lenguaje. Siempre alguno se ponía borde o pesado y sólo criticaba. Pero había un buen remedio para esos y era, darles más cerveza para que se callaran o de plano mandarlos a freír espárragos y con su cantaleta a otra parte. Y que siguiera la fiesta y el intercambio de literatura.
Que buenos tiempos y agradezco los que tengo hoy… también me siento feliz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario